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sábado, 1 de junio de 2013

EN EL ANDÉN



                                                              
Cuando aquel arcaico e inmundo ferrocarril de mercancías en el que había cruzado la península de vuelta a casa, se detuvo en el andén de la remozada estación de Zafra, pude ver a mi señora, aguardando mi regreso, en el mismo lugar donde nos vimos por última vez. Tras veintiocho meses de ausencia, debido al servicio militar, volvía a verla. Allí estaba, resguardándose del descomunal bochorno que hacía en el mes de agosto en nuestra tierra, a la sombra de una marquesina que yo no recordaba haber visto antes en aquel lugar. Estaba guapa, muy guapa.
La encontré algo más delgada y tenía el pelo recogido en un moño, aunque algunos mechones de su rubio cabello, le acariciaban la mejilla, mecidos por una mansa brisa prestada por su abanico con rítmico vaivén de muñeca. Lucía un bonito vestido de flores que resaltaba su airosa figura, el cual dejaba ver sus hermosas pantorrillas hasta la altura de la rodilla. Buscaba con la mirada, de manera ansiosa, a alguien entre la multitud de personas que descendían de los vagones de pasajeros. Yo seguía su mirada con la mía, sin apearme aun de aquel vagón de mercancías. Si no hubiera estado ya enamorado de ella, lo hubiera vuelto a hacer en aquel mismo instante. Hubo un segundo en el que nuestras miradas se encontraron y en aquel minuto, el tiempo se detuvo.

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