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domingo, 21 de abril de 2013

Setecientos treinta



Aquella pareja de recién casados fue recibida, al descender del tren, por un fino velo de lluvia sobre sus cabezas. Oscurecía. La ciudad eterna les recibía bajo un cielo lúgubre. Cargados con sus pesados equipajes, se disponían a buscar el hotel en el que pasarían los siguientes siete días. Salieron de aquella imponente estación (todo en aquella ciudad era colosal) por una puerta en la que gran cantidad de indigentes, protegidos por unos enormes soportales, se disponían a pasar la noche tumbados sobre unos cartones a modo de colchón. Los dejaron a un lado, no sin una desconfiada mirada de reojo, agarrando fuertemente sus pertenencias y a paso ligero. Él, con su “sagaz” instinto de orientación, consultó un mapa recién recogido de la oficina de información, y decidió la dirección que iban a tomar.
― Estamos en Via Marsala, a continuación está la Via Volturno que es donde está nuestro hotel. ―afirmó con una fingida seguridad. ― A la derecha, todo recto y lo encontraremos.
― ¿Estás seguro? Está lloviendo y…
― Completamente ― afirmó él, sin dejarle terminar la frase. ― No tiene pérdida.
― Aquí, a la izquierda, hay un hombre que vende paraguas. ¿Compramos uno por si acaso? ― dijo ella, más precavida.
―No te preocupes, estamos cerca. Como mucho, doscientos metros.
Medio kilómetro más adelante, ella quiso preguntar a una joven que se resguardaba de la lluvia bajo el toldo de la entrada de un hotel.
― No hace falta, sigamos, tiene que ser algún edificio de estos.
<< No sé qué voy a preguntar, como si no supiera por donde estoy…>> ―pensó él, mientras giraba el cuello de un lado a otro buscando ansiosamente con la vista el letrero con el nombre de su hotel.
La lluvia no cesaba, el equipaje  cada vez parecía pesar más. Una de las ruedas de la maleta salió disparada al coger un profundo bache y empezó a  rodar velozmente por la pronunciada cuesta. Él empezó a correr detrás de ella por la acera. Se encontró un paso de peatones, se dispuso a cruzarlo, pero los automóviles no paraban.
<<Estos conductores romanos están muy locos>> ―pensó.
Dio la rueda por perdida y volvió donde había dejado a su flamante esposa. Parecían recién salidos de la ducha los dos. El bonito recogido del cabello de ella, se había convertido en un pelo lacio y con mechones revueltos y pegados por la cara.
― ¿Te parece bien que vayamos preguntando ya? ―espetó ella con tono de sorna. ― ¿O todavía no te has remojado bastante?
― ¡Qué pelos tienes! ―dijo él entre sonoras carcajadas. ―Mírate, pareces una muñeca de las esterqueras.
― Muchas gracias, guapo. Como a ti el agua te patina por la calva…
Se refugiaron en un portal hasta que la lluvia aflojó un poco. Pasó un joven cerca de ellos y él se dispuso a interrogarle sobre la dirección que debían tomar.
― Buenas tardes, compañero. ¿Me puedes decir si estamos muy lejos del hotel Domus Aurea?
El joven le miró moviendo la cabeza de lado a lado.
― Que si me puedes decir donde estamos.― dijo elevando el tono de voz.
― No grites, no está sordo, solo es italiano y no te entiende. ―esta vez era ella la que se retorcía entre enormes carcajadas. Sacó del bolso los bonos del hotel y se los mostró al muchacho, cuya cara de perplejidad aumentaba a cada instante. Los miró, y tras unos segundos, les indicó con gestos la dirección que debían tomar, justo la contraria a la que traían. Ella miró a su marido, y telepáticamente, le transmitió el mensaje que su semblante reflejaba: <<pero qué listo es mi niño>>. ― Muchas gracias, buenas tardes.
― Bona será. ―se despidió amablemente el romano.
― Bona será dice, bona bona. ― dijo él. Ahora la pareja, empapada, empezó a reír como hacía tiempo que no lo hacían, mientras el muchacho  se giraba y los miraba, colocando el dedo índice en la sien, moviendo el cuello de izquierda a derecha.
Volvieron sobre sus pasos, aunque ahora al menos, no llovía. Aunque daba igual, ya iban empapados. Él iba arrastrando la pesada maleta y haciendo equilibrios con la única rueda que le quedaba. Pasaron delante del hombre que vendía paraguas, tenía pinta de paquistaní por lo menos. Les dijo unas extrañas palabras y con un gesto de la mano les enseñó un paraguas.
― ¿Compramos uno?
― ¿Ahora para qué? ―inquirió ella. Si ya estamos como una sopa.
― Pues yo voy a comprar uno. ¿Cuánto valen? ― le preguntó al vendedor.
― Ah españoles. Barça, Madrid, Zapatero…― el vendedor soltó toda la retahíla de palabras que conocía en español. ― Seis euros, señor. Hace diez minutos los tenía a diez, barato, barato.
Lo metió en uno de los compartimentos de la maleta y siguieron la marcha. El hotel ya no debía estar lejos. Vieron el letrero de Via Volturno, ya estaban cerca. Sin embargo, había que atravesar un paso de peatones. Tras un rato esperando sin que nadie parara, ella le dijo: “Dame la mano y sígueme”. Entró en la calzada, y como por arte de magia, todo el tráfico se detuvo.
― Creía que no iban a parar. Me has asustado. ― decía él mientras aceleraba el paso arrastrando la maleta. ― ¿Cómo sabías que pararían?
― Muy fácil, es lo que tú haces cuando vas conduciendo. Hasta que no están los peatones en la carretera, no paras.
Una vez cruzado el paso, continuaron la búsqueda. A él ya le dolía el cuello de tanto mirar hacia arriba buscando el nombre del hotel.
― Aquí está. ― dijo ella.
― ¿Aquí donde?
― Delante de tus narices.
― ¿Esto? Si aquí no pone nada de hotel.
― Deja ya de mirar al cielo. Mira hacia abajo.
― ¡Ah coño, qué modernos! Así podía yo ir mirando hacia arriba toda la semana, si está en el felpudo. A ver qué pone: Benvenuti all´hotel Domus Aurea.
― Anda, vamos para adentro.
En el hall del hotel, se encontraron un grupo de españoles viendo el Barça-Madrid de Champions, dando la nota, cómo no.
― ¡Bona sera! ― exclamó la chica de la recepción en tono dicharachero nada más verlos entrar.
― Bona, bona, y mojada. ― dijo él. ― la chica sonrió. Tenemos habitación reservada.
Tras los trámites, y una vez duchados y cambiados de ropa, bajaron a recepción a preguntar por algún restaurante cercano para cenar. La recepcionista les indicó uno que estaba a pocos metros del hotel. Salieron a la calle, desde la puerta se podía ver el restaurante. Afuera, el cartel con el menú.
― ¿Tu entiendes algo? Yo solo donde pone pizza, y sabes que no es mi fuerte. A ver si hay algo de carne. ― indicó él.
― Vamos a entrar, a ver que encontramos.
Ocuparon una pequeña mesa redonda y muy bien adornada, con velas y todo, en un rincón. El local estaba prácticamente vacío, solo había un pequeño grupo de jóvenes que parecía que estaban  celebrando algo. La camarera rápidamente se acercó a su mesa.
― Bona sera, jksdfhjk ghfuiahdjn jkhdkjbdk.
― Y dale con la sera. ¿Tú has pillado algo de lo que ha dicho aparte de que la sera es bona? ― Ambos rieron durante varios segundos, ante la mirada atónita de la camarera. ― Si estuviera aquí nuestra amiga Irene, seguro que nos lo traducía. ― afirmó él entre risas. Cogió la carta y enseñándosela a la camarera, le dijo: Yo quiero uno de esto y una ensalada, y tú, cariño, ¿qué quieres?
― Yo lo mismo, para que nos vamos a complicar más. Y de beber dos coca colas, por favor.
La camarera tomó nota y se marchó. Enseguida trajo los dos refrescos. Mientras venía lo que fuera que habían pedido, él sacó el plano de la ciudad y estuvieron programando, o al menos intentándolo, el recorrido del día siguiente.
Llegaron las viandas, un pequeño plato para cada uno con algo redondo y rojo por el medio, y una ensalada compuesta por una aceituna, una hoja de lechuga, algo parecido a la escarola y unas minúsculas hojas, que por el olor dedujeron que podía ser albahaca. Eso sí, todo ello regado con un magnífico de aceite de oliva italiano y un magistral vinagre de Módena. Engulleron aquella comida que les habían puesto, él con bastantes más reparos que ella. Anotaron en sus mentes el nombre de aquello que les habían dado para no volver a pedirlo.
― Cariño ― dijo él tomándola suavemente de las manos. ― No sé si te habrás dado cuenta, pero desde que hemos llegado aquí, no he parado de meter la pata, son decisiones sin importancia, así que mejor será que a partir de ahora, las decisiones importantes las tomes tú.
― Cielo ―  dijo su mujer con dulzura. ― A partir de ahora, los dos tenemos  que empezar a equivocarnos y a acertar juntos en todas las decisiones que tomemos.

Dedicado a ti, esposa. Por aguantar estos dos últimos años todas mis tonterías, que sé que son muchas, y por tener la paciencia necesaria en muchas ocasiones. Feliz aniversario. Te quiero.

10 comentarios:

Rafa dijo...

Ellas siempre son auténticas heroínas, Miguel, aunque sólo sea por comprendernos, que a veces "semos" de un complejo... Precioso texto. Felicidades, y que sigáis así de felices.
Precisamente en Italia empezamos a salir mi mujer y yo, ni te imaginas la de recuerdos que me han traído tus palabras.
Un fuerte abrazo,

Rafa

M. Irene dijo...

Jajajajaaaja, me meo, además de gustarme mucho, akssjfcnrjfdkgrmfdfgj....

May Baeza dijo...

Jajajajaj , que bueno , imaginarte corriendo detrás de la rueda tó empapaó de agua, no tiene igual jiji... me ha encantado y divertido, felicidades pareja, que sea por muchos años.... ahhh, y Miguel no dejes de juntar letras. :) Un besazo a los dos.

Núriamates dijo...

Bon dia, jajajajaja, que me meooooooooooooooooooo.

Lo mejor el hdalkhfj jfdsafslka de Irene, ajjajajaja.

Bona sera signorino

Miguel Ángel Zambrano García dijo...

Gracias tío, un poco raros si que somos Jejeje. Me alegro de haberte traído tan buenos recuerdos. Un abrazo.

Miguel Ángel Zambrano García dijo...

Gracias amiga Irene. Hfdbgddhgsc vhffhff. Está claro, no? Jajajaja

Miguel Ángel Zambrano García dijo...

Gracias May, siempre me alegra verte por aquí. Eso estamos intentando, lo de seguir juntando letras. Un beso.

Miguel Ángel Zambrano García dijo...

Bona bona profe. Para las pérdidas, indasec jajajaja. Hfddgggd jcdrjhd tu más jajajaja

Iseo dijo...

A ver, zar, para nuestras pérdidas tena lady, que todavía no te has enterado, aaaaaayyyyyy.
Muy bonito el texto, ya lo sabes. Feliz aniversario
ahjkdlsk jkdjeld, vale?

Miguel Ángel Zambrano García dijo...

Jajajaja y indasec que es lo que eee entonces?